Capitulo
1
Todo comenzó el día en que los pájaros me hablaron.
Hasta ese momento mi vida era prácticamente normal. Iba al
colegio, el cual odiaba; vivía en una pequeña casa de la ciudad y salía con mis
amigas; lo que llamaría una típica experiencia adolescente; pero, de un día
para el otro, todo comenzó a cambiar.
Por cierto, ese día también era mi cumpleaños: veintiuno de
junio. Cumplía dieciséis años, así que era una fecha importante, aun cuando
solo María y Laura, mis únicas amigas, lo sabían.
¿Recuerdas que había dicho que era prácticamente normal? Bueno me estaba ahorrando algunos detalles,
como por ejemplo, que la gente tiende a ignorarme o rechazarme, sin razón
especial. Tampoco podría culparlos por hacerlo. Mi aspecto no cuadraba con la
regla normal.
Era flaca y de estura media. Tenía el pelo negro azabache
cortado irregularmente al hombro (obra mía, por supuesto) y tenía unos ojos
grises tormentosos, como una nube en un día lluvioso. Siempre vestía unos
pantalones negros hechos polvo, anchos y llenos de bolsillos. Además, usaba
remeras anchas y de manga corta. Agregando al look una cadena de plata, que colgaba
en mi cintura y guantes negros.
Estos merecen una explicación extra, ya que no me los
sacaba ni en verano; demasiado acostumbrada gracias a mi padre de llevarlos
conmigo. Recordaba haberle preguntado a mi papá porque me los obligaba a usar,
pero él siempre evitaba contestar.
-Se ven bonitos -me decía, evadiendo cualquier otra
pregunta.
Trate de sacármelos algunas veces, pero mi piel parecía
haberse acostumbrado demasiado a no tener contacto directo con nada y no
parecía feliz con el cambio. Después de la decima persona acusándome irritado
de haberle dado corriente, me los volví a poner.
Ir a una escuela privada no ayuda precisamente con mi look.
Todas las chicas vestían jeans híper ajustados o minis, junto a remeras
escotadísimas y al cuerpo. Usaban maquillaje y litros de perfume. Era supuesto
que no encajaría con ellas. Generalmente, chicas como yo encajaban mejor entre
varones, pero nuevamente era la excepción a la regla. Los chicos me
consideraban demasiado extraña para hacer algún intento de acercamiento fuera
del corriente “hola”.
Ese día rezaba con todas mis fuerzas para que terminara el
colegio e irme a casa. Seguramente papá tendría una torta preparada y un libro
de regalo. Festejaríamos viendo películas y comiendo pizzas, probablemente
molestándonos uno al otro; pero, sobre todas las cosas, hoy seguramente me
podría hablar de ella…
-¡Alma! -me llamó una voz. Levanté la vista para
encontrarme con mi profesora. Fruncí el entrecejo. No era el mejor momento para
interrumpir mis pensamientos.
-¿Si? –pregunté, intentando mantenerme educada.
-¿Puede decirme que es tan importante, que no está prestando
atención? -me preguntó.
Resoplé. Me hubiera gustado hacerle notar que nadie le
prestaba atención y que su clase era una completa perdida de tiempo, pero,
lamentablemente, no podía hacerlo. Ya había llenado mi cupo de advertencias con
esa profesora.
-Nada –terminé diciendo y la mujer alzó la vista al cielo,
lanzando un suspiro.
-¿Será posible que usted siempre este en la luna?
–preguntó- realmente, señorita Grey, no sé lo que hará usted de su vida en ese
camino…
-¿Será posible que usted siempre se mete en lo que no le
importa? -le espeté, furiosa.
Silencio total. La profesora entornó los ojos sobre mí con
expresión asesina. Buen trabajo, Alma.
Diez minutos más tarde estaba en el pasillo junto a la
oficina del director. No era nada sorprendente en mi rutina diaria (después de
todo pasaba por allí varias veces a la semana), pero había esperado que ese día
no sucediera. Papá detestaba que me metiera en problemas y que fuera mi
cumpleaños no me salvaría de la reprimenda o aun peor. Que se negara a hablarme
de ella y que nuevamente dejara el
interrogante abierto hasta el próximo cumpleaños. Ya no podía soportar un año
más para saber solo un pequeño dato. Tenía que saberlo todo ahora.
El secreto mejor guardado de mi padre...
Me moví inquieta en mi silla, lanzando una mirada
furibunda al despacho. Odiaba esperar. Sin poder contenerme, me cambié de
asiento, intentando mantenerme en movimiento para no volverme loca.
La puerta al fin se abrió y mi director, un hombre
rechoncho y de unos cincuenta años, salió y me dedicó una sonrisa.
-Ya podes entrar Alma -me invitó y me paré de un salto,
entrando rápidamente. El hombre entró tras de mi, sentándose tranquilamente en
su escritorio, observándome- otra vez aquí… -susurró y me miró.
-Los profesores no tienen buena paciencia –observé y él
sonrió.
-¿Qué hiciste esta vez? –preguntó.
-¿Qué dijo que hice? –pregunté y el hombre revisó el papel
sobre su escritorio.
-“Actitud insolente e irrupción de clases” –leyó en voz
alta y me miró- nada fuera de lo ordinario…
-No sabía que no podía llamar metidos a los maestros. Son
gente muy sensible –comenté y él director lanzó una carcajada, pero me dedicó
tal mirada que logró avergonzarme, obligándome a mirar al suelo- no fue culpa
mía… -murmuré- no pude contenerme… -mascullé, repitiendo la frase de siempre.
La profesora tenía una capacidad innata para relucir la peor parte de mi
carácter, pero no podía acusarla por ello.
A pesar de todo, el director me sonrió.
-Quiere que te ponga amonestaciones y que avisé a tu padre
de tu mal comportamiento, -di un respingo, nerviosa- pero por hoy lo voy a
dejar pasar.
El alivio volvió mi alma al cuerpo, dejándome sonreír.
-Gracias, director.
-De nada -dijo- pero cuidado la próxima vez. La profesora
Fernández está llegando al límite de sus capacidades con vos –dijo y me guiñó
un ojo.
-Me esforzare –prometí, pero los dos sabíamos que
probablemente volvería al día siguiente. No importaba cuanto lo intentara,
controlar mi lengua era algo que jamás había logrado aprender.
-Espero que si –me dijo de todos modos y volvió a sus
papeles- puedes retirarte, ya toca el timbre.
Asentí y me dirigí a la puerta. Cuando la abrí escuche
detrás:
-Y por cierto, Alma, feliz cumpleaños.
Mi mano apretó el marco de la puerta, tensándose.
-Gracias -dije y salí rápidamente.
No tarde en encontrarme con mis amigas. Para ser tan
diferente a los ojos de los demás, debía admitir que tenía amigas tan
especiales como yo. Lau tenía el pelo castaño oscuro, siempre recogido en una
coleta. Usaba remeras de bandas de rock debajo del uniforme y solía usar
maquillaje, cosas no permitidas dentro del ámbito escolar, pero se ganaba el
cariño de los profesores en formas que yo nunca lograría hacer: con buenas
notas y trabajos extra. María era más rebelde, con el pelo castaño enrulado y
largo, y con un historial casi tan largo como el mío. Siempre nos habíamos
mantenido juntas, casi desde el jardín de infantes, convirtiéndose en una ley
natural entre nosotras.
-¿Cómo te fue? –me preguntaron al verme, mirándome con
picardía.
-Bien. Me perdono por mi cumpleaños –contesté,
encogiéndome de hombros.
-Típico –replicó María- seguramente la profe levantara un
sumario cuando se entere –comentó, sonriendo.
-La dejaste furiosa –me aseguró Lau y sonreí.
-Ella tiene la culpa por interrumpirme –repliqué y ellas
pusieron los ojos en blanco.
-En fin, ¿tenes algo planeado para hoy? -me preguntaron y
yo negué con la cabeza.
-Lo pasó con mi papá, como siempre –contestó y ellas
resoplaron.
-¡Cumplís dieciséis! –se quejaron.
-¡Deberíamos hacer algo divertido! –objetó María y yo me
reí.
-Es divertido para mí… -murmuré y ellas pusieron los ojos
en blanco.
-Entonces tal vez deberemos cantarte el feliz cumpleaños
en el aula –sugirió Lau, haciéndose la indiferente- ya que no podemos
festejarlo…
-Ni se les ocurra –objeté. Las felicitaciones o la simple
canción de cumpleaños era algo que detestaba. Me resultaba falso recibirlas de
personas que en otra ocasión no me dirigían la palabra; pero el daño ya estaba
hecho. Pronto escuché una voz a mi espalda, llamando mi atención.
-¿Cumpleaños?
Helena estaba allí, sonriendo como si disfrutara de la
situación. Como siempre, su séquito estaba tras ella mirándome burlonas, pero
no les di importancia.
-¿Es tu cumpleaños, Alma? –repitió y las chicas tras ella
soltaron risitas.
-No, no es hoy –negué, queriendo irme, pero ella sonrió,
agarrándome.
-¡Si, si es hoy! -dijo ella riendo- que tonta, no me había
dado cuenta –hiso un falso mohín- al menos hubiera podido pagarte ropa mejor y
un corte de pelo decente –declaró y sus amigas rieron.
La miré con odio, aguantándome para no agarrarla de los
pelos.
-Pensé que ahorrabas para tu cirugía -le contesté- aunque
una nariz torcida puede ser atractivo para algunos… -dije, inocentemente. Los
ojos de ella centellaron, entornándose.
-No me hago cirugías, soy perfecta -replicó y dio un paso
adelante- salí a mi mamá –declaró- ¿la tuya era un bicho que saliste así de
fea? -dijo y sonrío maliciosa.
La furia me llenó como un liquido hirviente. Podía
soportar burlas por muchas cosas, pero mi madre era un tabú. Nadie podía
mencionarla así.
No estaba segura de lo que paso después, pero recuerdo
haber querido empujarla cuando una corriente se había trasladado por mis
brazos, circulando por mis venas a una velocidad increíble. En el mismísimo
instante en que mis manos la rozaron, ella recibió tal choque que salió volando,
cayendo sentada en el piso tres metros más atrás.
Todos voltearon a vernos, observando con estupefacción a
Helena, quien era ayudada por sus asustadas amigas a levantarse.
-¡Monstruo! –me gritó, acusándome con su mirada furiosa y
por primera vez no encontré palabras para defenderme. Estaba aturdida, sin ni
siquiera reaccionar a moverme.
-Vamos -dijeron las chicas y me arrastraron lejos de ahí
mientras seguía mirando hacia atrás, intentando buscar una respuesta.
ohhhhhhhhhhhhhhhhh!!!
ResponderBorrarestoy simplemete sin palabras! *OOO*
ahi..entonces Zeus la reconoce como hija(?
REQUENO- ALGO PASO CON SU MADRE!
QUIERO SEGUIR SABIENDO!
qu-quien es su madre??
ya odio a la tonta de Helena ¬¬
cap 2!!! YAY!!