Parte 4 - Cuando el Rayo Cae



“Bien, esto no es incomodo para nada” pensó John. Estaban comiendo en el comedor, pero en un silencio tan filoso como un cuchillo. El único sonido que se escuchaba era el de los cubiertos golpeando los platos de vidrio.
Leian aun parecía furiosa, estrellando el tenedor con saña y usando el cuchillo como si se tratara de una espada; sin olvidarse jamás de lanzarle una mirada asesina en cuanto engullía un nuevo bocado. Bueno, el chico debía admitir que “engullía” era una forma amable para decirlo. La mujer podía quejarse y gruñir todo lo que quisiera, pero ella comía en enormes cantidades, ya habiendo comido su segundo plato. John pensó que era una verdadera suerte de que hubiera hecho abundante pasta.
En cuanto a Lara y Gabriel, los dos estaban sentados enfrentados, cruzando miradas por sobre la mesa hacia todas direcciones, todas terminando depositándose en Leian, observándolo como si esperaran a que la chica se hiciera de un arma y nos rostizara a todos.
¿Y John? Él parecía el único cómodo en la comida, no pudiendo sacarse la sonrisa aun frente las miradas furibundas del espíritu. Después de todo, tanto ella como él sabían que esta vez, él había ganado.
-¿Rico? -preguntó inocentemente cuando ella se estaba sirviendo un tercer plato, haciendo que sus ojos grises le perforaran. La chica estrelló la cuchara de servir contra el plato con tanta fuerza que él se sorprendió de que no se rompiera y siguió sirviéndose, su mirada aguda siendo el único signo de haberle escuchado.
John se limpió y le sonrió algo burlón, sabiendo que disfrutaría lo que seguiría.
-¿Sabes? -llamó- aquí se acostumbra a hablar durante la comida -dijo y la chica gruñó, doblando el tenedor en dos por la fuerza con los que los apretó- y eso vas a tener que reponerlo. Era un tenedor muy querido…
-John… -le advirtió Lara, con una intensa mirada, pero Leian ya había sido desatada. Su voz se oyó sobre la mesa como la fuerza de un huracán. 
-¡¿Para esto me obligas a quedarme?! -le preguntó enfurecida, clavando el cuchillo en la mesa- ¿para ser la mofa, el entretenimiento en tu condenada cena? -preguntó.
-¿Podrías dejar de desquitarte con mis muebles? -pidió John- son preciados… -murmuró y Gabriel no pudo contener una risita, haciendo que Leian se volteara hacia él con los ojos en llamas.
-¿Lo ves? -espetó, señalando a Gabriel- ¡una burla, eso es lo que me obligas a ser! -gritó, molesta y empujó a su plato lejos de ella; levantándose y saliendo hacia la habitación tan rápido como su cuerpo se lo permitió.
Lara puso los ojos en blanco, picando un nuevo pedazo de comida.
-Bien hecho, genio -comentó, y John la fulminó con la mirada, levantándose también y dirigiéndose a la habitación. Iba a entrar directamente, pero luego lo pensó mejor, agarrando una bandeja de decoración que había sobre el armario.
-¡Vengo en son de paz! -exclamó, agitando una servilleta y entrando, con la bandeja arriba para protegerle la cara. Espió por encima y vio que Leian estaba mirándole, sus brazos cruzados haciendo juego con su expresión mortífera, pero si él pudiera apostar, hubiera dicho que parecía querer reírse.
-La servilleta esta sucia -observó, mirando los rastros de salsa, y el chico simplemente la tiro al basurero.
-No tenía banderas -bromeó, pero ella solo puso los ojos en blanco, resoplando.
-¿Qué quieres, John Grey? -inquirió y algo picó a John al oírse llamar así.
-No hace falta que me digas así -dijo y ella arqueó una ceja, confundida.
-¿Ese no es tu nombre acaso? -dijo y de pronto sus ojos brillaron en una intensa y rabiosa sospecha- ¿o es que me has mentido…? -empezó a preguntar sus brazos desarmándose como si buscara un arma y John se apresuro a alzar las manos y negar con la cabeza.
-¡No, ese es mi nombre! -aseguró- es solo que es solo John, ¿esta bien? John Grey era mi padre -explicó y la chica pareció calmarse, volviendo a pegar las manos. El chico suspiró aliviado. Si alguien parecía comprender mejor el concepto de “todo puede ser un arma” era esa chica. Parecía como si pudiera tomar el Pentágono solo con un alfiler y llaves.
-¿No deberían llamarte Junior entonces? -inquirió- ¿O Johnny? -sugirió, alzando una ceja inquisitiva y el chico río, negando con la cabeza.
-En este país no existe el “Junior” excepto como nombre real -admitió- y nadie pudo llamarme Johnny, jamás -apuntó. Su hermana y padre habían intentado afinidad de veces llamarlo así, pero luego de haber sido torturado por las aberraciones que el apodo tenía por parte de sus compañeros, había sido terminante. Era John, o Jonathan a secas.
La chica suspiró, casi cansada.
-Este mundo cambia demasiado -comentó.
-¿Hace cuanto que no venías? -preguntó él con interés, y ella lo miró con desconfianza.
-Mucho tiempo -contestó secamente, y lo miró- ¿para que viniste? Eso no lo contestaste -apuntó y él sonrió. “No se le escapa nada” pensó en su mente.
-Mira, no pretendo burlarme de vos, -le aseguró- pero molestarte… -“además de ser divertido”- parece ser la única forma en la que digas palabra…
La chica puso los ojos en blanco.
-¿Qué pretendes hablándome? -preguntó- solo voy a estar aquí horas, tal vez un día máximo, -le recordó y sacudió la cabeza- te conviene no tener ninguna relación conmigo…
-No puedo hacer como si no existieras -replicó el chico- después de todo, estás durmiendo en mi cama y extinguís mi comida -apuntó, con un tinte bromista y ella hiso una mueca.
-No se supone que confraternices conmigo -insistió.
-¿Qué? ¿acaso sos el enemigo? -preguntó el chico y río- además, ¿Qué importa si vas a estar con nosotros poco tiempo? Eso no es una escusa. Yo puedo arreglármelas para poder sobrevivir cuando te vayas -dijo, enfatizando el tono bromista de la última parte. No quería que ella pensara mal y lo lanzara fuera de la habitación.
Aun así, se sonrojo, sorprendiéndolo y al mismo tiempo obligándola a mirar abajo para ocultarlo.
-No es eso… -murmuró y John simplemente no pudo contenerse.
-¿O acaso sos vos la que no podría olvidarnos? -apuntó, arqueando una ceja y la chica lo miró enojada, poniendo los ojos en blanco.
-Ja, ja -río sin emoción- solo olvídalo, eres un mortal y yo un espíritu. Esas son suficientes razones.
-¿Es que tenes leyes que te prohíben relacionarte con humanos? -insistió John, y río al ver su expresión- yo y todos los legados del mundo somos la prueba de que no -apuntó y la chica le dirigió una cansada mirada- vamos, no te digo que seamos mejores amigos, pero que al menos detengas las ganas de destriparme o asesinarme cada vez que me ves… -dijo y Leian suspiró dramáticamente.
-¿Sos insoportablemente insistente, lo sabías? -le espetó y el chico asintió muy serio.
-Lo sé, mi hermana me lo dice todos los días -admitió y ella puso los ojos en blanco, un destello más cálido en su rostro- ¿Qué puedo decir? soy bastante terco, y lo bueno es que es pecado de muchos -declaré, mirándola suspicazmente y ella lo pensó, mirando hacia un costado, antes de suspirar en rendición.
-Esta bien, -aceptó- intentare no ser tan abrasiva -se rindió y John sonrió de oreja a oreja.
-¿Ves? No era tan difícil -comentó y ella puso los ojos en blanco, sacudiendo la cabeza, cuando frunció el seño, palideciendo- ¿estás bien? -le preguntó el chico al instante y ella lo miró mal, antes de negar con la cabeza.
-Solo mareada -dijo- ya se me pasara.
-Tal vez deberías descansar un poco -sugirió y ella asintió, apretando los dientes como si le molestara la idea- ¿suelen descansar, no? -preguntó el chico casi con miedo, no pudiendo imaginar lo horrible de una vivir una vida a veinticuatro horas por día.
Ella le dirigió una mirada extraña, como si estuviera pensando en si era un estúpido o no.
-Claro que descansamos, -afirmó- solo que no por… -se interrumpió al instante, ruborizándose rabiosa. John no necesitaba que terminara tampoco, sabía que había querido decir. “No por debilidad”.
-¿Puedo preguntarte algo sin que te enfades? -pidió John y vaciló antes de seguir hablando- no es que te diga poco poderosa, pero ¿Por qué te desmayaste en el parque? Pensé que tenías fuerza ilimitada.
-En mi cuerpo real -refutó ella,- pero en este mundo tengo que formarme un cuerpo humano, lo que limita mi fuerza -frunció el seño, mirando a otro lado- de por si, la magia general me cuesta más trabajo que a mis hermanos, así que al mantener el hechizo de protección y desatar la tormenta me agoté -explicó, aunque no parecía preocupada por su falta de cuidado. Más bien parecía molesta por haberse desmayado.
-Al menos salvaste a la gente de aquí -comentó el chico, intentando hacerle ver el lado positivo- y a mí -admitió, haciendo que la chica se sonrojara.
-No dejo cuentas pendientes, ni siquiera las que no me agradan -replicó ella y bostezó, tapándose la boca al instante.
-¿Es por eso que estás aquí? -preguntó John, una cuenta pendiente? -dijo y ella tembló, mirándole peligrosamente.
-Mis asuntos no son de la incumbencia de ningún mortal -replicó, con el chico haciendo una mueca.
-Lo siento, tienes razón -aceptó y se levantó- voy a dejarte descansar entonces, -dijo, encaminándose afuera, cuando ella lo llamó.
-¿Estás seguro de que vas a dejarme dormir aquí? -preguntó, señalando la cama- no me importa dormir en un sofá o en la otra habitación…
-Los invitados se quedan con lo mejor -la cortó John- aun cuando sea una cama apolillada -bromeó y ella hiso lo menos pensado. Sonrió. Una sonrisa tan hermosa y cegadora que John casi tuvo que golpearse a sí mismo para reaccionar y no quedarse embobado mirándola.
-Está bien, -dijo y le miró- gracias, John -dijo, dedicándole una nueva sonrisa y el chico solo pudo asentir, manoteando el picaporte a su espalda y saliendo antes de que se le notara el sonrojo.
-Oh, mierda -susurró- ¿Dónde me metí?


Leian se quedo en la casa por dos días. Durmió casi todo el primer día y al segundo se levantó completamente recuperada. Tanto era así que John se sorprendió al ir a desayunar y encontrarla sentada junto a Lara, comiendo y charlando como si fueran amigas de toda la vida. La escena le había causado tanto shock que se había quedado congelado en la puerta, su boca entreabierta mientras su mano se congelaba en su revoltoso pelo.
Lara lo miró divertida, soltando una risita.
-¿Vas a quedarte todo el día con esa cara de idiota? -preguntó y el chico reaccionó, bajando la mano, pero aun quedándose en la entrada receloso. Tenía temor de que todo aquello fuera una trampa y un inesperado ataque se desatara de alguno de los costados.
-¿Qué sucede? -preguntó y Lara puso los ojos en blanco, mirando hacia Leian que parecía aguantar la risa.
-¿Ves? Te dije que se sorprendería -murmuró por lo bajo y miró a su hermano- nada, hermanito, es solo el desayuno. Ahora si podrías hacer el favor de dejar de deslumbrarnos con tu… eh… hermoso piyama, veni a comer con nosotras -rogó, parpadeándole con una sonrisa dulce y John se sonrojó, mirando hacia la ropa que tenía puesta. Estaba rotosa y tal vez desteñida, pero ¿Quién tenía que ponerse algo en moda para dormir? Ofuscado, se sentó, arrebatándole la tostada de la mano a su hermana.
-¡Hey! -se quejó esta, frunciendo el seño y su hermano le sonrió con sorna.
-Karma -replicó, dándole un gran mordisco al pan frente a ella. Las dos mujeres pusieron los ojos en blanco- ¿y que sucedió? -inquirió el chico y ambas lo miraron confundidas- ¿Cómo es que mi cocina no ardió en llamas? -explico señalándolas a ambas mientras tomaba un poco de mate.
Lara soltó un suspiró dramático.
-No es tan difícil de entender, hermanito -apuntó- solo hablamos y nos dimos cuenta de que tenemos cosas en común -dijo y se encogió de hombros.
-Después dicen que las chicas somos complicadas -murmuró Leian, y Lara asintió riendo, estando de acuerdo.
-No voy a ponerme a discutir sobre las mujeres contra dos chicas -declaró el chico.
-Porque perderías -canturreó Lara, haciendo que el chico sacudiera la cabeza- ¿Qué? Es obvio que las mujeres somos mejores -dijo y Leían asintió con seriedad, tomando un sorbo de café.
-Excepto en la humildad -replicó John, y otra voz río.
-Y prepararse rápido -comentó la voz de Gabriel, entrando el chico a la cocina como si nada. Beso a Lara y miró a su amigo- hola, John, -saludó y miró incomodo al espíritu al no saber cómo dirigirse hacia ella.
-Leian -apuntó la chica y el chico sonrió, mas aliviado.
-Hola -saludó y se dejó caer sobre otra silla, agarrando su propia tostada de la pequeña torre en el centro de la mesa- creí que ibas a estar lista ya -comentó el chico, mirando a Lara y ella se encogió de hombros.
-No se te ve muy apurado -comentó y le guiño un ojo, levantándose con la taza en mano, y desfilando afuera de la cocina, no sin antes darle un beso en la mejilla.
-¿A dónde van hoy? -preguntó John, mientras vigilaba la tetera, y sacaba una taza y cubiertos.
-No sé, a algún parque o museo, cualquier lado está bien -casi rogó Gabriel, haciendo que su amigo sonriera. Aun así, Leian los miró sorprendido a ambos.
-¿No están en una guerra? -inquirió y la tensión comenzó a amenazar a Gabriel, con John extendiéndole rápidamente una taza de café.
-Sí -contestó entonces.
-¿Y van a salir de todos modos? -inquirió y Gabriel asintió.
-Will nos da un día de descanso cada un par de semanas -explicó- nosotros generalmente solemos guiar al resto…
-Más bien Gabriel -corrigió John y este suspiró.
-Si, bien, -aceptó- pero yo tome el trabajo por vos, ¿no? -le retrucó el chico, haciendo que la mano de John temblara y sacudiera la taza. Leian se giró hacia él.
-¿Vos eras líder? -preguntó y el chico la miró.
-¿Sorprendida? -interrogo, intentando dilatar el tema, y se sorprendió al verla negar con la cabeza.
-No, en realidad eso explica muchas cosas -comentó, sorprendiéndole a él esta vez- ¿Por qué dejaste de serlo? -inquirió y un escalofrío corrió por la espalda de John, el sonido de gritos agudos haciendo eco en sus oídos mientras volvía a sentir los dedos humedecidos por la brillante sangre.
-Estrés -contestó secamente, tomando una taza de café para evitar el tema, y Leian lo miró cuidadosamente, como si pudiera adivinar la mentira mientras que Gabriel intentaba centrarse en la ventana a la calle.
Entonces, el chico miró extrañado hacia afuera, levantándose un poco de la silla para ver mejor.
-¿Qué…? -empezó a replicar, cuando de pronto sus ojos se abrieron de par en par, saltando de la silla- ¡aléjense de la ventana ahora! -gritó, tirando de ambos hacia atrás justo en el instante en que la luz del sol se apagaba, cuando un enorme objeto se estrelló contra la pared de la cocina, rajando al instante el bloque de ladrillos y cemento, y haciendo que un enorme pedazo volara por toda la habitación y la llenara de humo.
-¡Cuidado! -gritó Gabriel y se adelantó a sus dos compañeros, alzando las manos y los escombros que iban a su dirección se detuvieron en el aire, congelados hasta desempeñarse al suelo.
John tosió, ahogado por el polvillo, y levantó la vista para mirar hacia su cocina. Toda la parte que daba a la calle se había derrumbado, con las alacenas destruidas y repartidas entre ollas y sartenes que se habían despedido en el impacto inicial. Lo único que había sobrevivido era un pequeño borde en la parte baja que ahora sostenía al inocente auto de color celeste que ahora servía de bola de demolición.
Aun así no pudo evitar sentir una horrible sensación de vacío al observar la casa que su padre había levantado derrumbarse.
-¡Lara! -escuchó el grito de Gabriel y su sangre se heló, levantándose estrepitosamente del suelo para huir hacia la puerta de la cocina, allí a donde su amigo estaba escapando.
-¡Lara! -coreó, pero la voz de su hermana apenas era audible entre el pitido infernal que soplaba a su oído.
-¡Me han encontrado! -rugió de rabia Leian, mirándole furiosa- ¡si me hubieras dejado ir esto no habría pasado! -le espetó, apuntándole furiosa con la mano y el chico  frunció el seño, avanzando hacia el pasillo.
-¿Por qué es mi culpa? ¡solo intentaba ayudarte! -gritó.
-¡No necesito tu…! -iba diciendo Leian, pero fue interrumpida cuando el techo encima de ellos retumbó, resquebrajándose en segundos y rompiéndose para dejar caer otro enorme auto. John apenas tuvo tiempo de tirarlos a ambos hacia atrás, con el capo golpeando el suelo y la pared del costado rompiéndose frente a la fuerza de colisión.
-¡John! -escuchó el llamado de su hermana y Gabriel, pero el chico no podía contestar. El auto comenzaba a destruir la pared, amenazando en caerles en segundos si no se movían.
-¡Corre, corre! -gritó a Leian, levantándose a toda velocidad, cuando escuchó escombros caer a su espalda, uno volando directamente hacia base del hombro. El chico rugió de dolor, derrumbándose bajo el peso de la enorme roca que ahora chocaba el suelo.
-¡John! -gritó Leian, horrorizada entre el humo. Más rápida que la luz, había corrido de vuelta, agarrándole y haciéndole saltar y rodar hacia delante antes de que el auto le aplastara por completo.
-¡John! -chilló su hermana, pero el chico pronto hiso señas, levantándose y mirándoles a ambos.
-¡Salgan por atrás! -les ordenó,- ¡ahora! -gritó y agarró a Leian para llevarla hacia el costado.
-¿Qué…? -preguntó ella- ¿Qué pretendes?
-¡Salir! -dijo, tirando de una trampilla del costado- ¡la casa va a venirse abajo mientras más autos sigan cayendo! -señaló y como llamados por su voz, un pequeño Fiat 600 cayó en la habitación contigua.
-¡Espera…! -empezó a decir Leian, cuando de pronto un chillido sonó en el aire, uno aterrador y sádico, como el sonido de cientos de uñas rasgándose contra un pizarrón.
La chica se volvió tan blanca como el papel.
-¡Cuidado! -gritó, cuando algo nuevo destruyó el techo, liberando una nueva lluvia de escombros que los obligo a saltar a cubierto, con media pared derrumbándose sobre la trampilla.
-¡No! -gritó John, viendo como su única salida segura se ahogaba bajo la avalancha de escombros, cuando ese chillido horroroso volvió a perforar el aire, solo que esta vez a solo metros de él.
-¡Corre, John! -gritó Leian, pero el hombre se había quedado congelado, observando horrorizado al nuevo objeto que había atravesado su casa.
Solo que no era un objeto.
Un animal negro y brillante se sacudía los escombros, rugiendo y chillando mientras giraba sobre si mismo, abriendo a medias unas enormes alas de murciélago. Una enorme cola se agitaba por detrás, rompiendo las puertas de la cocina con solo la más leve sacudida. Su cabeza era angular, similar a la de un dragón solo que más pequeña, con extrañas crestas saliendo de los costados de su boca, como tubos de conducto que se conectaban a su cuello; largo y brillante en colores como los del aceite en el agua. Un vapor verdoso se desprendía de su boca y columna, la cual parecía inusualmente más separada, permitiendo que el animal se moviera rápido y tan elásticamente como una serpiente. Solo tenía dos patas, las delanteras, largas y robustas, con una garra de tres dedos coronando al final, apoyadas contra el suelo mientras el animal se erguía como un gorila. Las alas se desprendían de allí, dos enormes cortinas negras de piel fina que se plegaban como enormes abanicos. Sobre su lomo, antenas de piel zumbaban, vibrando levemente como si hubieran encontrado algo.
John había visto criaturas mágicas antes, pero nunca una como esa. Era enorme, tan mágico y extravagante que no cuadraba con las paredes a medio destruir que le rodeaban; como si perteneciera a un mundo diferente.
Y John sabía que lo hacía.
-¡John! -chilló Leian una vez más pero, como si el grito hubiera sido un silbato de salida, la criatura saltó hacia adelante, impulsándose con fuerza hacia adelante para llegar junto a ellos en menos de un parpadeo. Si los gritos del espíritu no le habían despertado, la garra enorme que amenazaba con caerle encima si lo hiso. Rodo por el suelo justo a tiempo para que la garra atravesara el suelo, haciendo saltar los pedazos de loza y tierra por todos lados. Leian se adelantó para abalanzarse, con dos armas plateadas brillando en sus manos, cuando la criatura giró sobre sí misma, su cola volando y golpeando al espíritu con tanta fuerza que le hiso atravesar la pared. La chica se perdió en la habitación de John entre polvo y ladrillos.
-¡Leian! -gritó el chico, pero el animal no había terminado, avanzando contra él para lanzar un nuevo zarpazo, uno que si no se hubiera agachado le hubiera arrancado la cabeza con la misma facilidad con la que rajo la pared en su lugar. El animal rugió en frustración, intentando volver a golpearle, pero John saltó a un lado, escuchando el estallido del suelo que dejaba atrás. El corazón se le disparaba en el pecho, asustado por su propia vida y aterrado por el destino de su hermana y Gabriel, pero especialmente de Leian. Sabía que siendo un espíritu probablemente el daño debería ser mínimo, pero el golpe había sido atroz y…
El “y…” terminó devorado por el siguiente violento ataque, uno que le hubiera partido las piernas si él no las hubiera separado. Desesperado, se concentró en una espada, cuchillo o cualquier arma punzante que pudiera invocar. Sintió la sensación de un mango rozando su palma, percibiendo los destellos de luz a su espalda, pero no había tiempo. El animal ya volvía a alzar su pierna, a punto de aplastarlo de un solo golpe. Sin otra opción, alzó su mano en acto de reflejo, esta aun envuelta en luces brillantes. Rezó en ese último segundo y pronto sintió un peso caer sobre su brazo, oyendo al instante un chillido de dolor. Alzó la vista y pronto gotitas de sangre bordo cayeron sobre su cara, viendo como el brazo de la criatura había terminado empalado en una hoja de un metro de longitud.
El alivio le duró solo segundos. El animal alado rugió con más fiereza que nunca, agarrando la hoja con las enormes uñas, alzando su mano y sacudiéndola hacia el otro lado de la habitación. John voló por unos desorbitantes segundos, antes de chocar contra un armario, el único inocente mueble que parecía haber sobrevivido al ataque inicial, y haciéndolo estallar en pedazos.
John gimió, dolor punzante quemando en varias partes de su cuerpo, sintiéndose mareado y sin aire. La criatura se giró hacia él, rugiéndole con las fauces abiertas de par en par, pero él apenas podía mantenerse en cuatro patas, mucho menos pararse. Entonces, cuando ya calculaba los segundos que le supondría alcanzar su espada para defenderse, el humo verde empezó a emanar del animal como las nubes de ceniza escapando del volcán en erupción. Un horrible presentimiento heló la sangre de John, viendo como un liquido espeso e hirviente empezaba a chorrear de su boca entre abierta, derritiendo el suelo en una masa humeante.
Acido.
“Oh, no” pensó, aterrado al ver al animal abrir la boca, cuando algo saltó al frente, sus brazos cruzados sobre su pecho y liberando una oleada de destellos plateados como los de un espejo. Cuando el líquido voló propulsado hacia ellos, como el disparo de una catarata, este golpeó contra esa barrera invisible, volcándose en el suelo y desintegrándolo en una masa humeante y espumante.
-¡Corre, John, ahora! -rugió Leian,
La criatura rugió, furiosa de no haberles destruido, y Leian agarró lo que quedaba del mueble, alzándolo con una mano y lanzándoselo en pleno rostro. El animal se dobló hacia atrás, derrumbándose en un quejido mientras agitaba su cola como un reptil herido. La chica se dio vuelta a toda velocidad, agarrando a John de la remera y arrastrándolo hacia el costado.
-¡Leian, espera, ¿Qué…?! -iba preguntando el chico cuando vio perfectamente a donde lo dirigía, solo teniendo tiempo de gritar de recaudo, antes de que los dos saltaran hacia arriba, atravesando la ventana en un estallido de vidrios y centellas. John gritó de la impresión, chocando con esos pedazos cortantes y transparentes en pleno aire. Apenas reaccionó a inclinarse hacia adelante con sus brazos cuando sintió el suelo golpeándole, rodando sin ninguna elegancia sobre las baldosas de la calle.
-¡Vamos! -le gritó Leian, agarrándole de nuevo y comenzando a levantarle del suelo para una nueva corrida desesperada. A su espalda, la pared del frente de la casa estalló, con la criatura rugiendo hacia su dirección mientras destrozaba la entrada con sus garras.
“Oh, no” pensó John, perdiendo la concentración al ver como su casa, aquella en donde había vivido casi toda su vida ahora se volvía solo escombros y polvo.
El sonido de bocinas y frenadas salvajes lo despertaron, viendo como se había detenido en plena calle, con la gente gritando y abandonando sus autos al ver la enorme criatura que chillaba a su dirección.
-¡John! -lo llamó Leian, agarrándole, cuando la bestia alzó vuelo, su boca preparando una nueva descarga de acido.
-¡Corre! -esta vez fue el turno de John de gritar, agarrándola de la mano y comenzando a tirar de ella hacia el parque, sintiendo a la criatura alada rugiendo por ellos a su espalda.
Se metieron de un salto dentro del parque y al instante el chico la empujó abajo, la criatura pasando volando por encima de ellos y quebrando un árbol en el camino antes de sobrevolar, girando en el aire a su dirección.
-¡Dispárale un rayo! -le gritó John a Leian, pero ella negó con la cabeza.
-¡No puedo! -gritó- ¡es un Gazzor, se…! -iba explicando, pero la lluvia de acido le cortó la lección. Los dos saltaron a un lado, y el acido bañó el césped, este ardiendo en esas llamas invisibles que rostizaron la tierra y volvieron amarrillo al césped. John sintió como si le hubieran golpeado el pecho, no pudiendo soportar destruir el recuerdo de su madre también, cuando observó que toda la tierra afectada empezaba a sanar, las raíces lentamente volviendo a crecer.
“Tal como sus heridas” observó, casi sin aire.
-¡John! -le gritó Leian desde el costado y el chico vio la amenaza acercándose prominente, batiendo sus alas como el ángel de la muerte. La chica hiso aparecer todo un conjunto de lanzas a su alrededor, y las lanzó hacia arriba a todas juntas con el poder de su magia. El Gazzor, tal como ella le había llamado, se revolvió en el aire, golpeándolas a un lado, pero distrayéndose lo suficiente como para que Leian se le acercara corriendo, con una cuerda larguísima y negra brillando en su mano antes de que la lanzara hacia arriba, atrapando el cuello de la criatura de manera tal que cualquier vaquero estaría orgulloso de ella. El animal decididamente no se lo esperaba, lo que le dio los segundos suficientes a la chica para tirar de la cuerda y sacudirla hacia abajo con fuerza sobrehumana. Solo como la Mujer Maravilla lo hubiera hecho, desempeñó a la criatura a la velocidad de un misil hacia el suelo, empotrándose contra un árbol y finalmente estrellándose sin ninguna gracia contra el pasto. Como si hubiera explotado, humo verde ascendió hacia arriba, acompañados por las parcelas de parque destruidas.
“¿Quién es esta chica?” se preguntó John, realmente impresionado, pero ella no parecía tan admirada de su ataque como él. Corrió hacia él y lo agarró del brazo, obligándolo a correr a una velocidad tan rápida que era solo un milagro que pudiera poner un pie frente al otro.
-¡Basta, detente! -pidió el chico, pero ella no se detuvo. No queriendo ser arrastrado como un carrito de compras, el chico trabó los pies en la tierra y ambos tropezaron hacia adelante por el impulso, con la chica rodando en el suelo y volteándose a verlo furiosa.
-¿Pero que carajo…? -empezó a gritar,- ¡tengo que llevarte a un lugar seguro! -gritó.
-¡No, voy a ayudarte! -discutió el chico.
-¡No puedes pelear contra el Gazzor! ¡Déjamelo a mí! -gritó.
-¡No…! -empezó a gritar el chico, cuando una sombra les llamó la atención, apenas teniendo tiempo para ver como un banco caía sobre ellos, con Leian empujándolo atrás con las piernas y rodando a un costado antes de que las barras de metal aplastaran la tierra, haciéndola saltar por todos lados. La criatura estaba a unos metros, más furiosa que nunca mientras les rugía en violenta ira.
-¿Qué demonios es un Gazzor? -preguntó John, sintiéndose derrotado al ver el animal vivo y coleando después de tal tremenda paliza.
-Criaturas salvajes de la montaña bajó la tormenta -apuntó, mirándole glacial y firme, como una perfecta guerrera. La bestia empezó a trotar hacia ellos, a una velocidad alarmante.
-¡Atácalos con tus rayos! -insistió John, empezando a retroceder, y la chica gruñó, frunciendo el seño.
-¡No puedo! ¡Se…! -iba diciendo, cuando el Gazzor llegó a solo unos metros, su acido nuevamente disparándose en una lluvia venenosa.
Los dos se separaron, saltando a un lado. La criatura siguió a Leian, lanzando salvajes ataques para aplastarla que incluso la habilidad acrobática de la chica apenas podía ayudarle. John corrió hacia ellos desesperado, invocando su espada y lanzándosela  la criatura. El animal chilló de dolor cuando la hoja se le hundió en la carne sobre el hombro, mirando enfurecida a John. Leian aprovechó para saltar contra él, impulsándose con un árbol para ganar altura, y golpearle directamente en pleno rostro. Este gruñó de nuevo, derrumbándose mientras Leian atrapaba su cola, girando sobre sí misma y lanzándole volando por los aires hasta cerca de los bordes del parque, cerca de los postes de cableado, con algunos cables soltándose y lanzando ondas eléctricas.
-¿Estás bien? -le preguntó John, acercándose a Leian, y ella asintió, a punto de avanzar hacia la bestia cuando se quedó blanca como la tiza, haciendo que John se girara hacia adelante; quedándose petrificado frente al mismo espectáculo. El Gazzor siguió las chispas blancas y amarrillas como la abeja a la miel, trepándose por el poste y arrancando todos los cables como si se trataran de hilos de goma. Al instante, los arcos eléctricos se dispararon, atacándole, pero pese a que la energía debía de haberle fritado; picaba por todo su cuerpo sin lastimarlo, su espalda brillando con luces blancas y azuladas. Gruñó y toda la corriente se vertió fuera, surcando sus brazos y descargándose encima, una masa de energía que corrió en todas sus venas, estás brillando como luces de neón bajo la piel oscura.
-¡No! -gritó Leian, corriendo para detenerlo, pero un golpe de cola la sacó de juego, el Gazzor temblando violentamente en una serie de espasmos.
-¡Leian! -gritó John, llegando para levantarla, pero la chica miraba horrorizada a la criatura.
-No… -susurró,- es demasiado tarde… -dijo y el chico giró, mirando como la criatura empezaba a crecer, sus huesos alargándose, sus músculos engrosándose, sus alas volviéndose tan amplias como las velas de un barco.  La piel de su espalda se estiró, creando enormes bultos que se cortaron, dejando que enormes placas puntiagudas y filosas crecieran, brillando en corrientes eléctricas. Su cola creció, púas de medio metro naciéndole como al puerco espín y rasgando la tierra como el corte de un arado. Su mandíbula se ensanchó, nuevos y filosos dientes saliendo en nueva y peligrosa hilera.

-Eso es lo que pasa cuando le das electricidad -susurró Leian, con el Gazzor hundiendo las garras y alzando su cabeza en su nueva gloria para soltar un atronador y vibrante rugido. 

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