La Hija del Rayo - Capitulo 11




Capitulo 11

Debó admitir que me sentía avergonzada de haberme desmayado de nuevo. No haber sido la única está vez mejoraba un poco las cosas, pero aún así, cuando desperté, hubiera preferido estar durmiendo.
Abrí los ojos y me encontré durmiendo sobre una rama gigantesca, con miles de hojas de árboles y ramitas haciendo de colchón. Me senté de un salto, observando la habitación con la boca abierta. Era una habitación colgante, construida alrededor de la rama, usándola como base. Las paredes y piso estaban hechos de enredaderas y plantas entrelazadas, lo que a mi impresión no se veía demasiado estable, no atreviéndome a bajar de la rama. 
Pero eso no era lo peor de todo.
Cuando me vi, casi pegó un grito. Alguien, o algo, me había puesto un vestido. Este era corto, sin mangas y estaba hecho de telas de colores vivos, atados con una fina enredadera a mi cintura. Tenía pulseras de plata en mis muñecas y enredaderas en los brazos. Y no solo eso, sino que también me habían quitado mis guantes y mis botas, dejándome descalza. 
Maldije a las hadas por lo bajo.
Me toqué el cabello y vi que lo tenía atado en un elegante rodete, exceptuando un mechón que me caía por el costado de la cara. Todo rastro de tierra o suciedad había sido borrado de mi piel y esta brillaba de manera inusual, como si la hubieran untando en algún bálsamo mágico. Realmente evité pensar como lo habían logrado. 
Me levanté a toda prisa de mi cama, ya sin importarme la posibilidad de caerme a través del suelo, buscando frenética a mi mochila o mi ropa, sin encontrar ninguna de las dos.
-Alma Grey -dijo una voz a mis espaldas y me di vuelta, poniéndome en guardia. Era el chico que había visto antes, mirando mi actitud defensiva con una ceja arqueada- la reina desea que bajes a cenar con ella.
-¿Quién?
-La reina Clarisse, nuestra gobernante -dijo solemnemente.
-Oh –murmuré, sin saber que decir- ¿Dónde está Pyró? –le pregunté.
-El joven que la acompañaba esta abajo, esperándola -informó y me hiso una reverencia mostrando la puerta. Tanta formalidad viniendo de alguien tan joven resultaba algo ridículo, pero no podía burlarme de ello. No me quería imaginar cómo debía de verme con aquel vestido y las enredaderas. 
Incomoda, lo seguí y me quedé con la boca abierta apenas puse un pie afuera. El lugar era hermoso y salvaje, tanto como la selva que se extendía por sobre la superficie. Había ramas, y troncos gigantescos por todos lados, con habitaciones como la mía construidas encima, de donde las hadas salían y entraban, probablemente viviendo en ellas. Las enredaderas colgaban desde los árboles, uniéndose y retorciéndose hasta formar puentes o uniones entre rama y rama. Luces flotantes volaban por todo el lugar, iluminando tenuemente aquel paisaje y creando un ambiente mágico que era sobrecogedor. 
Antes me había burlado de las hadas imaginándolas como Campanita, pero estos lucían mucho más peligrosas de lo que imaginaba, luciendo armadas y con armaduras cubriendo sus cuerpos. Volaban, pero no desprendían lucecitas ni mucho menos. Al principio pensé que tampoco tenían alas, pero solo eran invisibles, viendo el reflejo de algo plateado y fino brillando en sus espaldas cuando pase junto a ellas. Eran atractivos de una manera inhumana, lo que solo lograba incomodarme.
El chico me dirigió a una escalera en espiral a un costado, la cual descendía rodeando aquel tronco grueso. Miré hacia abajo y pude distinguir el suelo: pasto extendido y brillante, con algunas placas de piedra que servían de baldosas.
-Em… ¿Cómo te llamas? -le pregunté al chico, quien guiaba mis pasos en silencio.
-Me llamo Ryan –se presentó- soy un soldado de alto rango, así que espero no planees escapar de mi -me advirtió, tomándome por sorpresa. 
-¿Acaso soy prisionera? –pregunté, arqueando una ceja. 
-No, por ahora -me contestó, disgustándome.
-¿Dónde están mis cosas? –pregunté, al sentir algunas ramas lastimando mis pies.
-Se las sustrajimos por el momento –dijo- no podía participar en la cena de la corte con sus ropas humanas. Son leyes muy importantes de nuestra sociedad.
Hice una mueca. Hubiera dado cualquier cosa por tener mis botas al menos.
-¿Cuántos años tienes? -le pregunté.
-Tengo treinta años -respondió y casi me atragantó. No aparentaba esa edad ni en un millar de años, pero el suspiró al ver mi expresión- eso sería cerca de dieciocho en años humanos -explicó.
-Ah… -exclamé- no parecías tan mayor -dije y sonreí, pero él solo me dedico una mirada curiosa.
Su actitud me incomodaba tanto, que agradecí cuando llegamos al final de la escalera. Como había dicho Ryan, Pyró estaba esperándonos al final, tocando su armónica. Varias hadas femeninas lo observaban de lejos, soltando risitas frenéticas; pero él no parecía notarlo.  
Por suerte, yo no era la única que había sido transformada. Pyró tenía puesta unos pantalones de seda fría y camisa blancas. Encima tenía puesta una armadura como Ryan; pero lamentablemente él no lucía ridículo, pareciendo un guerrero antiguo, peligroso y atractivo.
Al escuchar nuestros pasos, giró para observarnos, hasta que su mirada cruzó con la mía. Al instante dejó de tocar, observándome con una expresión atónita, algo que calculé entre la sorpresa y el aturdimiento.
-No me mires así -le exigí al llegar junto a él y se rió, a su pesar- ya sé que me veo ridícula, pero no hace falta burlas…
-No se ve ridícula, señorita Grey -intercedió Ryan, casi confundido- se ve bella.
Noté que me ruborizara. Nunca nadie, excepto mi papá, me había llamado linda, o bella en este caso.
-Sí, preciosa… -dijo sarcástico Pyró y lo miré con odio- vamos, nos están esperando -señaló a las puertas enormes de madera frente a la escalera.
Ryan se adelantó y nos abrió la puerta, invitándonos a pasar con un gesto anticuado. Una voz resonó desde adentro:
-¡Todos de pie para recibir a los invitados de la reina!
Una luz brillante nos iluminó, resplandeciente desde las alturas, bañando en amarrillo el imponente salón. Al menos unas cincuenta hadas femeninas y masculinas estaban allí ubicados, rodeando una rustica mesa de madera oscura. Docenas de sillas de finos almohadones y detalles se ubican alrededor de está, con un gran trono ubicado en la cabecera.
Las hadas nos recibieron con fría cortesía, ataviados de vestimentas aun más elegantes que las que nosotros teníamos; agachando sus cabezas al pasar. Sus ojos estaban llenos de desconfianza, la cual no los abandonó ni aun cuando Ryan nos ubicó en las sillas junto al trono. Entonces ellos también tomaron asiento, retomando sus conversaciones como si no existiéramos.
-¿Nos durmieron? -le pregunté por lo bajo a Pyró.
-Aparentemente… -murmuró.
-¿Sabes porque reaccionaron así al saber de Will?
-No tengo idea -dijo y tomó un sorbo de agua.
-¿Sabes algo? -le pregunté enojada.
-Vamos a ver a la reina ahora -dijo y puse los ojos en blanco.
-Sos imposible.
Él se rió.
-Lo  único que tengo entendido es que esta cena es para ver si nos ayudan o nos matan, así que compórtate, Grey…
-¡Vos compórtate! -repliqué.
-¿Ves? Ya estás histérica -comentó y tuve que contar hasta diez para no golpearlo.
Gracias a Dios sonaron las trompetas, distrayendo mi atención.
-¡Todos de pie para recibir a la reina Clarisse! -gritó un hada desde la esquina y las puertas se abrieron, dejando el paso a una dama muy hermosa. Su pelo marrón chocolate rozaba el piso, elegantemente trenzado con enredaderas. Su rostro revelaba unos rasgos finos y unos ojos color miel, que brillaban casi dorados bajo las luces. Tenía el cuerpo proporcionado, marcado finamente con su vestido violeta vaporoso. Entró con soltura y elegancia, mientras cada uno de sus súbditos se reverenciaba ante ella. Cuando pasó por nuestro lado nosotros seguimos el ejemplo, pero ella lanzó una carcajada.
-¿Estos se supone que son la gran amenaza? -dijo y rió- ¡pero si tan solo son niños!
Los demás rieron con complicidad. Intenté no sentirme enojada por ello, pero no pude. Había pasado los últimos tres días peleando por mi vida, buscando a mi padre secuestrado. Era bastante obvio que mis días de niña habían quedado atrás. Hasta Pyró parecía ofendido por la asignación.
-Siéntense -invitó la reina, haciendo un ademán con la mano mientras se sentaba- ¡y traigan la comida!
Al instante entraron dos filas de hadas, cada uno llevando un plato en sus manos en alto, los cuales fueron depositando con delicadeza frente a cada comensal. Era algo extraordinario de ver, siendo cada movimiento coreografiado y cuidadosamente calculado, pero la comida de las hadas no resultaba nada tentadora. Parecían un montón de raíces y hongos cocinados con salsa.
La reina nos miraba con curiosidad, lo que en parte me obligaba a comer. Lo intenté, pero sabía asqueroso. Tuve que tomar un gran trago de agua para pasarlo.
-Bueno, quiero saber quiénes son mis visitantes ¿Cómo se llaman? –preguntó.
-Me llamo Alma Grey.
-Mmm… interesante… ¿y tú, joven? -pregunto dirigiéndose a Pyró, sonriente.
-Me llamó Erik Pyró.
La mujer lo miró directamente a los ojos.
-Eres un hijo del agua ¿verdad? -le preguntó con una sonrisa.
Él se puso rígido, pero asintió.
-Que apellido… curioso –determinó- para ser un hijo del agua -comentó la reina.
-¿Por qué lo dice? -le pregunté, notando el nerviosismo de Pyró.
-Porque Pyró proviene del griego pyrós que significa fuego -me dijo y alcé una ceja, mirando a Pyró quien parecía esforzarse por ignorarme. Eso realmente era “curioso”- pero el joven parece mantener muchos secretos ¿no es así? -dijo ella y lo miró.
-Necesitamos su ayuda -la cortó él secamente.
-¡Ja! ¡Directo al punto! -exclamó la mujer riendo- no me sorprende. Los descendientes siempre han sido rápidos cuando se trata de información.
Pyró no comentó nada, mirándole fijamente.
-Mis hombres me informaron que me buscaban, ¿Cuál es la ayuda que precisan? –dijo, notando la actitud recelosa del chico.
-Necesitamos que nos digan donde tienen a mi padre -dije sin poder contenerme- fue secuestrado por un hijo del fuego.
Tenía la sensación de que nadie estaba escuchando nuestra conversación, pero al mencionar eso toda la gente alrededor se tensó,  quedándose en silencio mientras dirigían sus miradas hacia nosotros.
-¿Secuestrado? -repitió la reina extrañada- ¿Y qué te hace pensar que yo sé donde se encuentra?
-Wi… -iba decir pero me contuve al recordar la reacción de los hados antes- nuestro director nos dijo que ustedes sabrían.
Una sonrisa horrible se le dibujó en los labios, haciéndome querer retroceder.
-¿Ah, sí? –preguntó, en un tono que estaba lejos de resultar indiferente.
-Si -aseguró Pyró.
-El único aquí que podría ayudarte es Luis, uno de nuestros invitados permanentes. Lamentablemente, favores, como el que piden, solo pueden ser otorgados a cambio de otro favor –dijo suspicaz. Su tono me preocupó, pero no tenía dudas de lo que iba a responder. 
-Hare lo que sea –afirmé y ella me observó con curiosidad.
-Bueno, si así lo dices -dijo y junto sus manos frente a ella- hay algo en el bosque de arriba que esta agitando nuestra magia. He mandado hadas para que averiguaran lo que ocurre, pero ninguna ha regresado -un murmullo recorrió el salón- lo que tienen que hacer es investigar que es y, si es peligroso, encargarse de él.
-¿Así que tenemos que hacer el trabajo sucio? -preguntó Pyró, apretando los dientes; sorprendiéndome. No esperaba una reacción de él, mucho menos que fuera a acompañarme.
La reina volvió a esbozar esa sonrisa espeluznante.
-Podría decirse.
-Está bien, aceptó -dije. Tal vez habría sido una decisión precipitada, pero sabía que no tenía otras opciones y necesitaba urgentemente la información. Miré a Pyró de reojo. No quería obligarlo a venir, pero él me hiso una seña como para decirme que estaba bien con ello. 
-Perfecto -dijo la reina- aquella criatura, sea lo que sea, pertenece a la noche, siendo dentro de pocos minutos el momento auspicioso. Ryan puede acompañarlos si lo desean...
Dudé. Recordaba que Will me había advertido de mantenerme atenta con las hadas, pero tal vez una ayuda extra nos sería útil.
-Está bien –acepté y noté la mirada sorprendida de Pyró volteándose hacia mí.
El hada se puso en guardia, sacando su espada.
-Les acompañare, –exclamó y la reina le sonrió orgullosa.
-Entonces, guíanos afuera –le pedí, pero ella puso los ojos en blanco, sonriendo.
-Para jóvenes tan valientes puedo hacer mucho más –dijo y chasqueó los dedos, haciendo que una densa bruma nos rodeara
-¿Qué es esto? –preguntó Pyró, poniéndose en guardia.
-Nada que los lastimara, se los aseguro –dijo la Reina, haciendo que la niebla se hiciera más solida y fuerte-  suerte –nos deseó, antes de que su sonrisa se desvaneciera y el mundo girara sobre si, fundiéndose en luces.

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